sábado, 30 de junio de 2012

Jiu-roku-sakura


Uso no yona
Jiu-roku-sakura
Saki ni keri!
     En Wakégori, pueblo de la provincia de Iyô, se yergue un cerezo famoso y antiguo, llamado Jiu-roku-sakura, “el Cerezo del Día Decimosexto” porque todos los años florece el día decimosexto del primer mes (según el antiguo calendario lunar), y sólo ese día. De modo que la época de su florecimiento es durante el Gran Frío, pese a que el hábito natural de un cerezo consiste en aguardar hasta la primavera antes de aventurarse a florecer. 
     Pero el Jiu-roku-sakura florece gracias a una vida que no es la propia, o que, al menos, no lo era originalmente. El espíritu de un hombre habita ese árbol. Era un samurai de Iyô, y ese árbol crecía en su jardín y solía dar flores en la época habitual, o sea, hacia fines de marzo y principios de abril. El samurai había jugado bajo ese árbol cuando niño; y sus padres y abuelos y ancestros habían colgado en esas ramas, estación tras estación, durante más de cien años, brillantes tiras de papel de colores donde habían escrito poemas de alabanza. El samurai envejeció, a tal punto que sobrevivió a sus propios hijos, y nada le quedaba en el mundo digno de su amor, salvo ese árbol. Mas, ¡ay!, un incierto verano el árbol se marchitó y murió.
     El anciano no hallaba consuelo por la pérdida de su árbol. Entonces, unos cordiales vecinos hallaron un cerezo joven y hermoso y lo plantaron en el jardín del samurai, con la esperanza de confortarlo. Él demostró gratitud y simuló alegría. Pero lo cierto es que su corazón estaba ebrio de dolor, pues tanto había adorado al viejo árbol que nada podía compensar esa pérdida. Al fin tuvo una feliz ocurrencia: recordó que había un modo de salvar al árbol seco. (Era el día decimosexto del mes primero.) Entró en el jardín, se inclinó ante el árbol marchito y le habló de esta manera :
     — Ahora dígnate, te lo imploro, florecer una vez más, porque voy a morir en tu lugar.
(Pues se cree que uno en verdad puede ofrecer la propia vida a cambio de la de otra persona, de la de una criatura, o aun de la de un árbol, por mediación de los dioses; el acto de transferir la propia vida se expresa con el giro migawari ni tatsu, “actuar como sustituto”.) Entonces tendió un manto blanco y varios edredones bajo el árbol, se sentó sobre los edredones y se realizó el 'hara-kiri' al estilo samurai. Y su espíritu penetró en el árbol y lo hizo florecer en esa misma hora.
     Y todos los años sigue floreciendo en el día decimosexto del mes primero, en la estación de la nieve.

viernes, 29 de junio de 2012

Las lluvias torrenciales


“Existe una lección de las lluvias torrenciales. Cuando uno se apresura temiendo un aguacero repentino, terminará mojándose por igual aunque camine bajo los aleros. Cuando uno ha de mojarse, si desde el principio se resigna a mojarse y toma tal determinación, se evitará sufrir por ello aunque igualmente termine mojándose. Éste es el espíritu que se ha de tener para todo.


Hagakure 葉隠; "Oculto bajo las Hojas"

Los Hijos del Sol y la Luna

Cuando la Madre Sol y el Padre Luna le dieron un nombre a todo lo que crearon, 
algo, una pequeña cosa, no quería tener nombre.

jueves, 28 de junio de 2012

El Origen de la Planta de Té



... Sin embargo, el Buitre de la Tentación prosiguió su vuelo. Subió y subió hasta el altísimo cielo en que se aislaba la contemplación del asceta, y descendió con el alma trémula, vacilante, a causa de este, abajo, muy abajo, hacia el mundo de la ilusión. Y el recuerdo de este mundo, como el perfume de una flor venenosa, hizo zozobrar el pensamiento del asceta.
Sin embargo, el asceta no había visto más que un instante a la bayadera, al pasar por Benarés, camino de China, camino del vasto Imperio donde tantas almas aspiraban a la beatitud mediante la ley de Buda, como los campos quemados por el Sol aspiran a la lluvia, manantial de la vida.
     La bayadera lo había llamado para darle una limosna. Él quiso ocultar su rostro detrás de su abanico. Mas no lo había deseado lo bastante pronto. Por ello el remordimiento por esta falta lo perseguía desde mil leguas atrás, lo perseguía hasta en esta tierra extranjera donde venía a difundir las palabras del Maestro Universal. ¡Oh belleza maldita, que Mara (1) mismo había creado para la perdición de los justos!¡Ah!, ¡cuán sabiamente Buda había advertido a sus discípulos!:
     — ¡Oh ascetas, no hay que mirar a las mujeres! Y si tropezáis con alguna, no fijéis vuestras miradas en ella. Guardad una santa reserva y no le dirijáis la palabra. No dejéis de repetir en el fondo de vuestro corazón: "Somos ascetas, debemos mantenernos puros ante la corrupción del mundo, como el Loto que cuida sus hojas de toda la suciedad, el Loto que florece entre las basuras de las zanjas del camino."
     Entonces las palabras del Vigésimotercer Mandamiento volvieron a su memoria, adquiriendo una significación nueva y espantosa.
     — De todas nuestras pasiones por los objetos deseables, la más poderosa es la de la forma. Felizmente esta pasión es única; si hubiera otra tan potente, no sería posible adelantar un paso en el Camino de la Perfección.
     Perseguido por la ilusión de la forma, ¿cómo podía cumplir el voto que había hecho de pasar una noche y un día en una meditación ininterrumpida, perfecta?
     Ya llegaba la noche.
     En verdad, la plegaria es el único remedio para calmar la angustia del alma, la fiebre del espíritu.
     El Solo poniente se ocultaba.
     El asceta comenzó a orar:
     — ¡Oh, la joya en el Loto! (2)
     Como la tortuga contrae y oculta las seis extremidades en su caparazón, permite, ¡oh Ser Bendito!, que oculte  completamente mis sentidos en la meditación.
     — ¡Oh, la joya en el Loto!
     A semejanza de la lluvia que se filtra por el techo agrietado de una casa deshabitada, la pasión penetra en el alma que la meditación no habita.
     — ¡Oh, la joya del Loto!
     Como el agua dormida que ha sedimentado su cieno, permite que mi alma, "¡oh, tú, cuya venida es igual a la venida de tus predecesores", se purifique.
     ¡O maestro! Concédeme la potencia de elevarme por encima del mundo, como el pájaro salvaje remonta desde su pantano hacia el azul luminoso del cielo.
     — ¡Oh, la joya en el Loto!
     ¡Oh tú, el Perfectamente Despierto, haz que deje de parecerme en la selva del mundo a un mono que trepa eternamente en busca de los Frutos de la Locura. Raudos como los anillos de la serpiente que se desenrolla para atacar, intrincadas como las lianas de los bosques, son las fibras constrictoras de la Planta del Deseo!
     — ¡Oh, la joya en el Loto!
     ¡Ay! ¡Vana fue su plegaria, vana también su invocación! La significación mística del texto sagrado habíase evaporado con sus palabras; su repetición monótona acrecentaba la potencia del recuerdo que lo torturaba.
     — ¡Oh, la joya que adornaba su oreja!
     ¿Qué pimpollo de Loto era más exquisito que esta flor de carne, con las gotitas de diamantes que pendían de ella? Volvió a ver la flor carnal y junto a ella la curva de la mejilla suave y dorada como un fruto precioso.
¡Ay!¡Cuánta verdad encerraba el versículo doscientos ochenta y cuatro de las Advertencias!:
     —"Mientras un hombre no haya arrancado de su corazón hasta la más pequeña raíz de la liana del deseo, que ata su pensamiento a las mujeres, su alma seguirá encadenada."
     Recordó también el versículo trescientos cuarenta y cinco del mismo libro santo:
     —"Sabios maestros han dicho: 'infinitamente más potentes que las ligaduras de cuerdas, de madera y hasta de hierro, son los lazos de la atracción que sentimos por los pendientes gemados de una mujer'."
     Entonces exclamó:
     — ¡Omnisciente, a cuya mirada nada escapa! ¡Cuán multiforme es la consolación de tu palabra! ¡Qué maravillosa es tu comprensión del corazón humano!
     Entre las innumerables ilusiones que Mara hizo desfilar ante ti, ¿te asaltó también esta tentación, aquella noche en la cual la tierra osciló como un carro, y el estremecimiento sagrado se propagó de soles en soles, de sistemas en sistemas, de universos en universos, de eternidades en eternidades?...
     — ¡Oh, la joya que adornaba su oreja!
     El asceta no podía apartar de su espíritu el recuerdo de la visión. Cada vez que la imagen danzaba ante su pensamiento, parecía animarse de una vida más cálida, con una forma más bella y una mirada más perturbadora; parecía nutrirse de la debilidad misma del asceta, fortificarse con su intranquilidad.
Volvió a ver los ojos de la bayadera, grandes, dulces, negros como los de una gacela. Volvió a ver las perlas que adornaban sus cabellos sombríos, y las perlas de su boca roja entrevistas mientras ella sonreía. ¡Oh, el beso florido que simulaban tus labios!
Y el aire parecía traerle un perfume suave, extraño -¡un perfume de juventud, un perfume de mujer!
Entonces se levantó, y con acento de firme resolución pronunció la invocación sagrada; recitó las santas palabras del capítulo de la Instabilidad:
     — Cuando contempláis los cielos y la tierra debéis decir: no son duraderos. Cuando contempláis las formas y los rostros de los seres exteriores que os parecen desarrollarse y embellecerse debéis decir: no son duraderos.
     Sin embargo, ¡qué dulce era la ilusión! La ilusión del gran sol; la ilusión de las colinas con sus relieves de luz y sus declives en sombra; la ilusión de las aguas informes, y, no obstante, ¡multiformes! La ilusión de... ¡Ah! ¡Qué pensamiento impío! ¡Hembra maldita! Y sin embargo... ¿Por qué la maldecía? ¿Qué había hecho ella para merecer la maldición de un asceta? Nada.
     Sólo podía maldecir su forma, su recuerdo, su fantasma exquisito, su fantasma maldito.
     ¿Qué era ella? ¡Una ilusión, creadora de ilusión! ¡Una fantasía, un sueño, una sombra, una vanidad, un tormento del espíritu!
     La culpa del pecado radicaba en él: en su pensamiento rebelde, en su indómita memoria.
     Aunque móvil como el agua, impalpable, como la nube, el pensamiento puede ser domado por la voluntad; puede ser -y debe ser- uncido al Carro de la Sapiencia para llevarlo a la felicidad.
     Y recitó los versículos sagrados del Libro del Camino de la Ley (3):
     Todas las formas son accidentales, temporales: quien llega a penetrar bien esta gran verdad de libra del dolor. Tal es el camino de la purificación.
     Todas las formas están sujetas al dolor: quien llega a comprender bien esta gran verdad se libra de todo dolor. Tal es el camino de la purificación.
     Todas las formas carecen de realidad substancial: quien llega a penetrar bien esta gran verdad se libra del dolor. Tal es el camino de la...
     Pero la forma de Ella, ¿era inmaterial, irreal, solamente ilusoria?
     Mas, ¡qué delicada era su ilusión!¡Qué exquisita su forma!
     El mérito de la limosna que le había hecho, ¿era también ilusorio? ¿Ilusorio como la gracia de los flexibles dedos con que se la había dado?
     ¡Ah! Las metafísicas estaban llenas de misterios impenetrables, de verdades incomprensibles.
     La moneda que le había dado era una moneda de oro, en una de cuyas caras un elefante tendía su trompa hacia el sol. Pero los escudos de oro que velaban sus pechos, con ser tan artísticos, eran de un tinte menos bello que el oro de su piel.
     ¡Desnuda la veía, más de lo que estaba, sin la faja de seda que ceñía sus caderas, desnudo el talle juvenil, curvándose, límpido y elástico como un arco!
     El timbre de su voz era más tintineante que la resonancia de los anillos huecos que ponían alrededor de sus tobillos un resplandor como de clara luna... ¿Y su sonrisa? ¿Y sus pequeños dientes? ¿Y el misterio terrible de su mirada?
     ¡Oh debilidad!..... ¡Oh vergüenza!..... Esta languidez de la voluntad anunciaba un peligro próximo, el peligro en los dominios del sueño. Estas visiones tan claras, tan netas, tan extrañamente vivas, iban a tomar una forma palpable, a animarse de una vida ficticia, a representar algún drama impío en el escenario del sueño.
     — ¡Oh tú, el Perfectamente Despierto -exclamó el asceta-, permite a tu humilde discípulo remontarse con santa vigilancia a la perfecta contemplación! ¡Dale la fuerza necesaria para cumplir su voto! ¡No permitas que Mara lo subyugue!
     Y recitó los versículos eternos del Capítulo de la Vigilancia (4):
     — Los discípulos de Gautama están completamente, eternamente despiertos. Noche y día piensan sin cesar en la ley.
    — Los discípulos de Gautama están completamente, eternamente despiertos. Noche y día piensan en la Comunidad.
     — Los discípulos de Gautama están completamente, eternamente despiertos. Noche y día piensan sin cesar en el cuerpo.
     — Los discípulos de Gautama están completamente, eternamente despiertos. Día y noche su espíritu goza de la dulzura de la paz perfecta.
     — Los discípulos de Gautama están completamente, eternamente despiertos. Noche y día sin cesar su espíritu goza de la paz profunda de su meditación.
     Un murmullo llegó al oído del asceta, un murmullo de voces numerosas que ahogó el sonido de su voz. Las estrellas se apagaron; las cosas desaparecieron en las tinieblas. El gran murmullo se transformó en el tumulto de una marea creciente; la tierra pareció hundirse bajo el asceta. Sus pies no tocaron más el suelo. Una sensación de ligereza sobrenatural transformó cada fibra de su ser; se sintió flotar a través de la oscuridad, luego descender dulcemente. ¿Era la muerte?... No, pues de pronto, como transportado por el Sexto Poder Sobrenatural, se vio de nuevo en la luz, una luz perfumada, vaporosa, lánguida, que bañaba las calles de una fabulosa ciudad hindú.
     Entonces comprendió lo que era el gran murmullo. Se apercibió que caminaba en medio de una multitud innumerable, de un pueblo de peregrinos, de una nación de adoradores. Pero estos peregrinos no pertenecían a su religión; ostentaban en sus frentes los signos de los dioses obscenos. El asceta quiso huir. El torrente humano lo arrastró irresistiblemente como las aguas del Ganges arrastran una hoja. Iban rajás con sus séquitos -príncipes montados sobre elefantes, bramanes cubiertos con sus vestiduras sacerdotales, enjambres de voluptuosas bayaderas danzaban cantando canciones carnavalescas, ...- ¿Dónde iban?... ¿A dónde?...
     Salieron de la ciudad, avanzaron bajo el sol por avenidas de higueras, entre columnatas de palmas. ¿Dónde iban?... ¿A dónde?... Azulosa, a lo lejos, apareció una montaña de piedra esculpida: el Templo elevaba hacia el firmamento sus cincelados pináculos, la espuma dorada de sus ornamentos. El Templo iba agitándose ante el pueblo en marcha; pronto los tonos azules se troncaron en grises, los contornos se precisaron en la claridad. Entonces, todos los detalles aparecieron: los elefantes de los pedestales, de pie sobre tortugas de rocas; los grandes rostros siniestros de los capiteles; las serpientes y los monstruos retorciéndose en los frisos; los dioses de basalto de varias cabezas en las galerías superpuestas de los nichos; las imágenes lascivas, las divinidades sexuales en todas las actitudes de goce y de la fecundación. Luego, bajo un prodigioso hormiguero de dioses y semidioses, que se remontaban en la pirámide, la entrada del Templo -caverna sombría como la boca de Siva (5)- se abrió y devoró la multitud.
     Los remolinos de la muchedumbre internaron al asceta bajo la inmensidad de las cúpulas. Ninguno pareció apercibirse de su vestidura amarilla, nadie pareció notar su presencia. Millares de gigantescas pilastras, fantásticamente esculpidas, se perdían de vista más allá de la claridad amarilla de las antorchas. Ídolos extraños de una bizarra sensualidad aparecían en la bruma del incienso. Estatuas colosales que de lejos parecían elefantes y fieras aladas, cambiaban de aspecto a medida que uno se aproximaba, y sus dibujos misteriosos figuraban entre cruzamientos de cuerpos y mujeres. La misma divinidad presidía todas esas monstruosas alegorías, divinidad o demonio, infinitamente repetida por los escultores. Los mismo inmensos pilares eran símbolos y evocaciones sexuales. El alma orgiástica de este culto se retorcía en el bronce de las lámparas, en las espirales de oro de las copas, en los relieves de las fuentes de mármol...
     ¿Dónde estaba?
     El asceta no lo sabía. El camino entre las innumerables columnas, entre esas legiones de dioses petrificados, por esas avenidas vagamente iluminadas de resplandores vacilantes, le parecía más largo que el viaje de una caravana, más largo que su peregrinación por los países de China.
     De improviso, sin saber cómo ni por qué, se hizo un silencio como el de las tumbas; el océano humano parecía haberse retirado, hundido en los abismos de una arquitectura subterránea. El asceta se halló solo en una cripta rara, ante una piscina poco profunda en forma de concha en cuyo centro surgía una columna redonda menos alta que un hombre, y cuya cumbre lisa y esférica estaban enguirnaldada de flores. En lo alto, alrededor de ella pendían lámparas encendidas. No se veía ninguna estatua, ninguna divinidad. Múltiples variedades de flores recubrían las losas, como un tapete espeso y suave; las flores exhalaban su aroma bajo los pies del asceta, y su perfume embriagador, pecaminoso, iba saturando su sensibilidad. Una languidez creciente lo invadió; y se dejó caer sobre las ofrendas florales.
     Más alguien avanzaba en el silencio de la Cripta con la suavidad de un susurro.
Susurro de pasos sobre flores, lento tintineo de anillos de cascabel... . El asceta habría querido incorporarse, huir...
     De pronto, el asceta sintió la dulzura de un brazo de mujer deslizarse serpentinamente por debajo de su cuello.
     Era Ella. Ella, su ilusión, su tentación, mas, ¡qué transfigurada!
     Era de una belleza sobrenatural, de un encanto mágico. Delicada como pétalo de jazmín, una mejilla rozó la mejilla del asceta. ¡Arcanos como la noche, suaves como el estío, dos ojos le contemplaban!
     ¡Oh tú, ladrón de corazones! -murmuraron sus labios floridos-. ¡Te he esperado tanto! Te traigo mis delicias, amado mío, las delicias de mis labios y de mis senos, frutos y flores... ¿Tienes sed? Bebe en los pozos de mis ojos. ¿Deseas saciarte? Heme aquí. ¿Quieres orar? ¡Soy tu Diosa!...
     Sus bocas se unieron. El beso de la bayadera vertió un fuego ardiente en las venas del asceta. Por un momento triunfó la ilusión. Mara había vencido.
... Con un brusco esfuerzo de voluntad el soñador despertó... era de noche, una de las tantas noches de su peregrinación bajo las estrellas del cielo de China.
 
     ¡Oh ironía del sueño!
     Su voto de pureza había sido violado, violado en sueños.
Humillado, resuelto, más penitente que nunca, el asceta sacó una navaja, y sin titubear, se cortó los párpados y los arrojó al suelo.
     — ¡Oh Tú, el Perfectamente Despierto -clamó, alzando la faz en sangre hacia el cielo-, tu discípulo ha sido vencido en sueños por la debilidad del cuerpo! Mas, renuevo su voto. Aquí yacerá, sin comer ni beber ni curarse, hasta que se haya cumplido su santa resolución.
     Y el asceta se puso en actitud hierática, cruzó las piernas debajo de su cuerpo, tendió las palmas hacia el sol, la diestra sobre la siniestra, y esta apoyada en el pie alzado.
     Y continuó la meditación.

     Amaneció. El sol fue acortando las sombras; luego volvió a alargarlas, y se hundió en la hoguera del ocaso.
     Llegó la noche, escintiló, pasó...
     Pero en vano Mara renovó y varió el prodigio de sus tentaciones.
     Esta vez el voto, sellado con sangre luminosa, fue mantenido.
     Y el sol regresó de nuevo, llenó el mundo con la sonrisa de su luz.
     Fuerte, más que las tentaciones, con la santidad del voto cumplido, el asceta se puso de pie ante el alba naciente. Llevó las manos a los ojos y tembló de sorpresa.
     ¿Cómo? ¿No había sido más que un sueño? ¡Imposible! ¿Y el dolor de los cortes? ¿Y la sangre?
     Sin embargo, los ojos no le dolían. Los párpados funcionaban con la liviandad habitual. Las pestañas, tan tupidas como antes, tamizaban dulcemente la luz...
     ¿Qué milagro era este? El asceta se puso a buscar por tierra los párpados viejos. No pudo hallarlos, habían desaparecido misteriosamente...
     Pero allí donde habían caído crecían dos plantas maravillosas. Y en ellas, vueltas hacia Oriente, se entreabrían sendas florecillas blancas, minúsculas florecillas en forma de párpados.
     Entonces, con la visión sobrenatural que le había sido otorgada en premio de su profunda meditación, el Santo Misionero adivinó la esencia y el destino de la nueva planta.
     Y dichoso de haberla creado, la llamo Té en el idioma de la tierra a la cual llevara el Loto de la     Buena Ley.
     Y tras bautizarla la celebró de esta suerte:
     — Bendita seas, planta cordial, bienhechora, estimulante, hija de la virtud y llena de virtud. Tu fama, que irá dilatándose hasta abarcar todos los países del mundo, nunca será mayor que la virtud de tus hojas. Los hombres que sorban tu jugo sentirán el milagro de tu potencia: verán disminuir su cansancio, desaparecer su languidez. No volverán a abatirlos las larvas del sopor y del sueño durante las horas de plegaria y del deber. ¡Bendita seas!...
 
     Y aún en nuestros días, como el humo de un sacrificio universal, se eleva perpetuamente al cielo, desde todas las tierras del mundo, el vapor aromático del Té, creado para alivio de la humanidad en recompensa de un voto sagrado y de una piadosa expiación.


      Nota aclaratoria:

1     Mara es un demonio perteneciente a la religión budista que intentó evitar que Siddharta Gautama alcanzara la iluminación. Se concibe como una entidad maligna que habita en el interior de cada individuo creándole ilusiones que le separan del camino de la rectitud.
2     Esta expresión tiene su origen en un rezo budista: " mani padme aun". Las referencias al Loto en las oraciones y ceremonias budistas evocan la pureza y la belleza del alma.
3     Fragmentos procedentes del Dhammapada, escritos sagrados en el que se recogen las enseñanzas de Buddha. Según  estos escritos, el camino de la Ley es el camino de la "Virtud", en concreto de las cuatro virtudes budistas: eternidad, felicidad, verdadero 'yo', y pureza.
4     También extraídos del Dhammapada. Según Buddha, "La vigilancia es el sendero hacia la inmortalidad, la negligencia es el camino hacia la muerte. Aquellos que permanecen vigilantes nunca mueren, los negligentes son como si ya estuvieran muertos.”
5     En la religión hindú, Siva o Shivá hace referencia al dios de la destrucción en la Tri-murti ('Tres formas', la Trinidad hindú).

miércoles, 27 de junio de 2012

La Leyenda de Yurei-Daki



     No lejos del pueblo de Kurosaka, en la provincia de Koki, existe una cascada conocida con el nombre de Yurei-Daki o Cascada de los Espíritus. Ignoro por qué es llamada así.
     Al pie de la cascada se halla un pequeño santuario Shinto consagrado a la divinidad local que las gentes del pueblo conocen con el nombre de Taki-Daimyogin. Frente al altar se haya un tronco de pequeñas dimensiones, o Saisen-bako, destinado a recibir las ofrendas de los fieles. Dicho tronco tiene su historia, una historia singular.
     Hace treinta y cinco inviernos, una noche glacial, las mujeres y las jóvenes empleadas como obreras en una Asa-toriba o hilandería de cáñamo de Kurosaka, se reunieron, después de concluida su jornada de trabajo, alrededor del gran brasero del taller. Se entretenían contando historias de "aparecidos". Habían ya narrado más de una docena de casos y la mayoría de las oyentes comenzaban a sentirse mal, cuando una joven, sin duda para avivar aún más el placer del miedo, exclamó:
     — ¡Oh! Ir sola esta noche a la Cascada de los Espíritus.
     La frase provocó un grito unánime de espanto, seguido de risas nerviosas...
     — A la que se atreva a ir le daré todo el cáñamo que he hilado hoy -dijo una obrera en tono de chanza.
     — Yo también -agregó otra.
     — Y yo -corroboró una tercera.
     — Todas lo darían -afirmo una cuarta.
     Al oir esta oferta, Yasumoto-O-Katsu se levantó de entre las hilanderas; era la mujer de un carpintero. Llevaba a la espalda su único hijo, un pequeño de dos años de edad, que dormía, cuidadosamente envuelto.
     — Oídme -dijo O-Katsu-. Si realmente os comprometéis a darme todo el cáñamo que hoy habéis hilado, yo iré a la Cascada.
     La propuesta fue recibida por unas con exclamaciones de asombro, por otras con sonrisas de incredulidad. Sin embargo, O-Katsu repitió tan decididamente su propuesta, que al fin concluyeron por creer en ella.
     Entonces, cada obrera se comprometió a regalar a O-Katsu el producto de su jornada de trabajo si ella iba hasta la Cascada de los Espíritus.
     — Pero, ¿cómo sabremos que ella ha llegado hasta la Cascada? -preguntó una.
     — Que traiga el tronco de las ofrendas -contestó una vieja que las hilanderas llamaban Obaa San, o la Abuela.
     — ¡Sí!¡Sí, que lo traiga! -corearon todas.
     — ¡Lo traeré! -declaró O-Katsu. Y sin decir más se encaminó hacia la calle, llevando siempre a espaldas a su hijo dormido.
     La noche era glacial, pero clara. O-Katsu bajó a pasos precipitados la pendiente de la calle desierta. Las casas estaban herméticamente cerradas. Llegó al extremo del pueblo, siguió a lo largo de la carretera, veloz, corriendo: picha-picha!... El vasto silencio de los arrozales helados la envolvía; solo la luz de las estrellas la acompañaba. Durante media hora O-Katsu siguió por la carretera, luego tomó un sendero que ondulaba entre las colinas.
     A medida que avanzaba, el sendero se hacía más áspero y oscuro, pero ella lo conocía bien, pronto oyó el sordo retumbar del agua.
     Pasaron algunos minutos, el sendero desembocó en una pradera; el sordo retumbo se trocó en un clamor gigantesco, y ante ella comenzó a percibirse, en el fondo de las opacas tinieblas, el amplio resplandor tembloroso de la Cascada.
     Confusamente O-Katsu vislumbró el santuario, el tronco. Avanzó, extendió las manos.
     — ¡Oi! ¡O-Katsu-San! -Una voz imperiosa acababa de retumbar dominando el estruendo de las aguas.
O-Katsu quedó inmóvil, espantada, estupefacta.
     — ¡Oi!¡O-Katsu-San! -La voz repitió de nuevo más amenazadoramente.
     O-Katsu era verdaderamente una mujer de gran audacia. Dominando su asombro, se apoderó del tronco de las ofrendas y huyó. O-Katsu no vio ni oyó nada más, hasta que llegó a la carretera; allí se detuvo unos instantes más para respirar que para descansar; luego retomó su marcha: picha-picha!, hasta Kurosaka; por fin llamó en el portail de l'Asa-toriba.
     Al verla llegar con el tronco de las ofrendas, las mujeres creían estar soñando; las exclamaciones de admiración, de pánico, no dejaban continuar a O-Katsu la narración de su historia.
     ¡Qué espanto cuando contó que la gran voz -que parecía salir del medio del agua mágica- la había llamado dos veces por su nombre! ¡Qué mujer esta, O-Katsu! ¡Bien se había ganado su cáñamo!
     — Pero O-Katsu -dijo de pronto Obaa San-, tu hijito debe tener mucho frío. Acércale al fuego.
     — Y hambre también -contestó la madre-; ¡es hora de darle de mamar!
     — Pobre O-Katsu -repuso Obaa San, ayudándola a soltarse las fajas que mantenían al niño a la espalda de la madre-. — Pero, ¿qué es esto? ¡Tenéis toda la espalda empapada! -. Y de pronto, con un grito ronco, la buena vieja exclamó.
     — ¡Ara! ¡Es sangre!
     Entonces, de las fajas deshechas, las mujeres, horrorizadas, vieron caer al suelo un paquete de mantillas, chorreando en sangre, y del cual no emergían más que dos pequeños pies y dos pequeñas manos.
     La cabeza del niño había sido arrancada.

El Vacío de Musashi


     Se suele considerar que el Vacío (1) es aquello que no tiene forma, aquello que no se puede conocer. El Vacío es, por supuesto, "lo que no hay". Conocer primero lo que hay para poder conocer lo que no hay. Esto es el Vacío.
     En este mundo hay quienes ven el Vacío de forma errónea como la no distinción de las cosas entre sí. Pero eso no es el verdadero Vacío. Aquel que piense así tiene un espíritu confundido.
     Asimismo, cuando en el arte del combate uno practica el camino del bushi, el Vacío tampoco consiste en desconocer los principios del guerrero. Se dice que el Vacío consiste en el espíritu confundido que no consigue aclararse entre todas las dudas del camino. Pero eso no es el verdadero Vacío.

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     Cuando uno desconoce el camino verdadero, ya sea el de Buda o el del mundo, aunque piense que el camino que toma es el correcto, cuando se mira desde el camino recto del espíritu ajustando la visión de los grandes parámetros del mundo, se puede comprobar que en realidad es un camino influido por los prejuicios de cada uno, por las distorsiones de cada uno. Se puede comprobar que es un camino que se opone al camino verdadero.
     Una vez comprendido esto uno ha de tener como base la rectitud, tener como camino el espíritu de la verdad, entrenar el arte del combate desde una perspectiva amplia y comprender con firmeza y claridad los grandes rasgos, teniendo y considerando el vacío como camino.
          
Miyamoto Musashi
          
     No hay secretos. No hay entendimiento. 
     El Vacío lo es todo y nada. Es el baile de los elementos.
     — El Tao de Shinsei.


Nota aclaratoria:

     Esta concepción de "vacío" es propia de Miyamoto Musashi y guarda una estrecha relación con el verbo japonés 'satoru', o 'despertar a la comprensión y al conocimiento una vez despejadas las dudas y la confusión'. El "vacío" de Musashi supone un estado puro que se alcanza tras un largo y constante entrenamiento y en el que las destrezas o las técnicas, los principios y la esencia misma del arte del combate surgen de repente, desde el interior del individuo, como una luminosa claridad, un estado en el que se llega a la comprensión absoluta del todo sin llegar a aferrarse a nada. Este concepto de "vacío" difiere del "vacío" budista que sostiene que nada tiene cuerpo material que perdure, todo muta, surge y desaparece.

Sobre aferrarse a las ideas


El bonzo superior Tannen dijo en una ocasión algo muy interesante:

"Las personas no pueden alcanzar la tranquilidad del espíritu porque incesantemente se les enseña el concepto de 'no aferrarse a las ideas'. El 'no aferrarse a las ideas' no es otra cosa que concentrarse en una buena idea, eliminando los malos pensamientos."

Esto es algo interesante.
También el señor Sanenori dijo una vez:

"El camino consiste en no tener malos pensamientos, ni durante el lapso de una sola respiración."

Visto todo esto, el camino es sólo uno. Pero nadie puede comprender esta verdad tan clara como la luz.
Nadie puede alcanzar la pureza del espíritu sin acumular experiencias. 


Hagakure 葉隠; "Oculto bajo las Hojas"

独行道 Dokkōdō; "El Camino de la Soledad"


  1. No te opongas a los caminos de los diversos mundos.
  2. Bajo ninguna circunstancia, no dependas de un sentimiento parcial.
  3. Nunca intentes aprovechar ningún momento de facilidad.
  4. No te tengas demasiado en cuenta, considera el mundo en profundidad.
  5. No seas presa de la codicia en ningún momento de tu vida.
  6. No te arrepientas de tu vida personal.
  7. No envidies a otras personas.
  8. Nunca te entristezcas por una separación, sea cual fuere el camino en el que te encuentres.
  9. El resentimiento y las quejas no son adecuadas ni hacia ti mismo ni hacia otros.
  10. Nunca sucumbas bajo la lujuria o el amor.
  11. No tengas preferencias o gustos por nada.
  12. Se indiferente hacia en donde vives.
  13. No persigas probar buena comida.
  14. No te aferres a posesiones que ya no necesites.
  15. No actúes siguiendo costumbres o creencias.
  16. No tengas especial interés por ningún objeto más allá de lo útil.
  17. No temas a la muerte.
  18. No busques poseer bienes o feudos en tu vejez.
  19. Respeta a Buda y a los dioses, pero no confies en ellos.
  20. Aunque entregues tu vida, nunca entregues tu honor.
  21. Nunca te apartes del camino.

A los l2 días del quinto mes, en el segundo año de la era Shoho (12 de Mayo de 1645), 
Shimmen Miyamoto Musashi no kami Fujiwara no Genshin.

El cuerpo sólo es torturado por el demonio del corazón



El demonio torturador del infierno budista le dice a su víctima: "No me culpes. Yo sólo soy la creación de tus actos y tus pensamientos, ¡Tú me hiciste así!

lunes, 25 de junio de 2012

Historia de un Iki-ryô

     En el extremo Oriente existen dos clases de fantasmas: los shi-ryô y los iki-ryô- Los shi-ryô son los espírtus de los muertos, y allá, como en la mayoría de los países, no se manifiestan más que de noche. Los iki-ryô -o espíritus de personas vivientes- pueden hacerse ver a todas horas. Estos son más temibles que aquellos, pues poseen el poder de matar.
     La casa que ocupaba la familia de uno de mis amigos en Kumamoto, clara, hermosa y relativamente nueva, estaba habitada por un iki-ryô.
     El hombre que la había hecho construir era un funcionario prestigioso y rico. Había soñado hacer de esa residencia el refugio de su vejez.
     Cuando los artesanos la terminaros, la adornó con bellos objetos e hizo colgar del borde de los techo campanillas, que tintineaban al viento. Hábiles artistas decoraron las maderas preciosas con ramas floridas de cerezo y de ciruelo, con siluetas de halcones de ojos de oro, inclinados en lo alto de los abetos, con esbeltos pavos reales picoteando a la sombra de los árboles, con patos salvajes refocilándose entre la nieve, con flores de iris entreabiertas, con monos de largos brazos que trataban de asir la luna reflejada en el agua de los estanques -todos los símbolos animados de las estaciones y de la felicidad.

     El dueño de la casa era, sin duda alguna, un hombre dichoso. Sin embargo, no lo era por completo. No tenía hijos.
     Con el permiso de su esposa, y siguiendo un antiquísima costumbre, admitió en su lugar a una extranjera -para que le diera un hijo-. La extranjera era una joven aldeana, a la cual, en recompensa del hijo que se   esperaba de ella, se le hicieron bellas promesas.
     La joven dio a luz a un niño, pero en vez de dejarlo amamantar por ella, tomaron a una nodriza, y despidieron a la madre sin haber cumplido las promesas prometidas.
Poco después de su partida el hombre cayó enfermo, su estado fue agravándose día a día, y la familia noto que había un iki-ryô en la casa.
     Los médicos más reputados intentaron lo imposible para curarlo, pero el enfermo seguía debilitándose cada vez más, hasta que admitieron que no quedaba ninguna esperanza.
     Entonces la esposa hizo algunas ofrendas a Ujigami -templo parroquial shintoista- y elevó sentidas plegarias a los dioses. Pero los dioses contestaron:
     — Morirá, a menos que obtenga el perdón de una persona que ha ofendido, y que repare -mediante una justa indemnización- el mal que ha causado. Pues hay un iki-ryô en vuestra casa.-
     Cuando el enfermo supo la respuesta de los dioses, recordó a la madre de su hijo, y su conciencia comenzó a atormentarlo. Mandó a sus servidores a que buscaran a la ofendida y la trajeran de nuevo. Pero la joven, no había regresado a su hogar, quién sabía dónde había ido a parar, perdida entre los cuarenta millones de habitantes del Imperio.
     El hombre seguía empeorando, mientras todas las búsquedas eran infructuosas, y las semanas pasaban.
     Un día un campesino se acercó a la verja de la villa y declaró saber el paradero de la joven; dijo que la encontraría si le daban los recursos necesarios para emprender el viaje.
     Al oír esto, el enfermo exclamo:
     — ¡No! Ella no me perdonará jamás en lo íntimo de su corazón, le sería imposible. ¡Es demasiado tarde!
     Y expiró.
     La viuda, los parientes, y el niño abandonaron la casa,... pero el iki-ryô permaneció.
     Las personas que sabían esta aventura censuraban a la madre del niño, como responsable de su desdoblamiento.
     Confieso que me extrañaba tal reprobación. ¿Por qué? Porque la proyección de un iki-ryô es involuntaria. El iki-ryô se exterioriza sin que la persona de quien emana sepa nada.
     Pero ellos partía de un criterio religioso totalmente desconocido en Occidente. No reprochaban a la joven, de la cual se exteriorizaba el iki-ryô, el ser una bruja. Ni suponían que ella pudiera tener noticias de la existencia del fantasma. Simpatizaban, comprendían la razón de su resentimiento.
     La criticaban por haber sentido demasiada cólera, por no haber controlado lo bastante su silencioso resentimiento, ...


     ... pues ella debía saber que la cólera, si nos complacemos en avivarla secretamente, puede tener consecuencias espirituales.


Fragmento


     Era ya la hora del ocaso cuando llegaron al pie de la montaña. No había en aquel lugar signo alguno de vida, ni rastro de agua o plantas; ni siquiera la sombra lejana de un pájaro en vuelo, tan sólo desolación. La cumbre se perdía en el cielo.
Entonces el Bodhisattva se dirigió a su joven compañero: "Lo que has pedido ver, te será mostrado. Pero el lugar de la Visión está lejos y penoso es el camino que conduce hacia él. Sígueme y no temas: la fuerza que necesitas te será concedida."
     El crepúsculo declinaba a medida que ascendían. No había un sendero trazado, ni señales de presencia humana anterior, el camino discurría sobre montones interminables de guijarros que rodaban bajo sus pies. A veces las piedras se desprendían estrepitosamente rompiendo el silencio con un sonido seco; en otras ocasiones los pedruscos que pisaban se pulverizaban como una concha vacía. Las estrellas asomaban estremecidas, la oscuridad era cada vez mayor.
     — "No temas, hijo mío", habló el Bodhisattva, "aunque el camino es penoso, no hay peligro".-
     Bajo las estrellas ascendían más y más rápido, movidos por un poder sobrehumano. Atravesaron bancos de niebla; bajo sus pies podían ver una silenciosa marea de nubes, blanca como la superficie de un mar lechoso.
     Hora tras hora ascendían, y a su paso veían formas que se hacían invisibles al instante, con un leve crujido, dejando tras de sí un frío fuego que se extinguía con la misma rapidez con la que había aparecido.
Entonces el joven peregrino alargó su mano y tocó algo cuya superficie lisa y suave indicaba que no se trataba de una piedra, lo levantó y pudo entrever la burla macabra de la muerte en una calavera.
     —"No nos demoremos, hijo mío", dijo el maestro; "la cima que debemos alcanzar está aún muy lejos."-
     Continuaron su ascensos envueltos en la oscuridad, escuchando el extraño sonido que producían sus pies al triturar la desconocida superficie. Las visiones de los fuegos helados continuaron apareciendo y muriendo casi al instante; y así sucedió hasta que la oscuridad de la noche fue remitiendo y las estrellas comenzaron a apagarse. Por el este comenzó a amanecer.
Aún continuaban subiendo, más y más rápido, movidos por un poder sobrehumano. A su alrededor no había nada más que la frigidez de la muerte y un silencio fantasmal. Una llama dorada refulgió en el este.
     Entonces, la mirada del peregrino se encontró con la desnudez del empinado camino y un miedo atroz se apoderó de él. Bajo sus pies no había más que una monstruosa montaña interminable formada por calaveras, fragmentos de hueso y polvo que brillaban como las conchas vacías que la marea ha arrastrado a la orilla de la playa.
     — "¡Nada temas, hijo mío!", retumbó la voz del Bodhisattva, "sólo los fuertes de corazón llegaran al lugar de la Visión."-
     El mundo se había desvanecido. Solo había nubes a su alrededor, el cielo sobre sus cabezas y bajo sus pies el inmenso montón de calaveras que aún ascendía más y más perdiéndose en las alturas.
El sol acompañó a los peregrinos en su ascenso, pero su luz ya no calentaba, les envolvía una frialdad afilada como una espada. Y el pavor fruto de la imponente altura, y el espanto fruto de la inmensa profundidad, y el terror fruto del silencio, crecían y crecían, convirtiéndose en una pesada carga para el peregrino, atenazando sus pies, hasta que las fuerzas le abandonaron repentinamente y gimió como un niño en sueños.
     — "Apresúrate, apresúrate, hijo mío", habló el Bodhisattva, "el día se extingue ya y la cima aún está muy lejos."-
     Pero el peregrino se lamentó:
     — "¡Me invade un terror indescriptible, y ya no me quedan fuerzas para continuar!"-
     — "Las fuerzas regresarán, hijo mío", contestó el Bodhisattva, "ahora mira bajo tus pies y a tu alrededor y dime qué ves."-
     — "No puedo", gimió el peregrino estremecido, "¡No tengo valor para mirar hacia abajo! Ante mi solo veo calaveras humanas."-
     — "Y aún así, hijo mío", el Bodhisattva sonrió amablemente, "no sabes qué materia es la que forma esta montaña."-
     El joven, temblando de miedo solo podía repetir:
     — "¡Siento un miedo atroz, sólo atisbo a ver calaveras humanas!"-
     — "Ciertamente se trata de una montaña de calaveras, pero has de saber, hijo mío, que todas ellas te han pertenecido. Todas y cada una de ellas han sido en un momento dado el recipiente de tus sueños, tus ilusiones y tus deseos. Ninguna de las calaveras que aquí contemplas ha pertenecido a otro ser que no seas tú. Todas, sin excepción, han sido tuyas a lo largo de tus miles y miles de vidas pasadas."-

Sobre la Determinación

Un hombre que había cortado cincuenta cabezas dijo un día:

“Algunas veces el tronco de un cuerpo cuya cabeza habéis cortado no os deja indiferente. Para los tres primeros, no notáis nada; al cuarto o quinto ya empezáis a sentir algo. Como este punto es de una extrema importancia, si os decidís a cortar cabezas, tenéis que hacerlo sin cometer ningún error."


Hagakure 葉隠; "Oculto bajo las Hojas


Oni-ni-Kanabō


Miyamoto Musashi, 宮本 武蔵 (1584-1645)


鬼に金棒 (1)

Un garrote de hierro para un demonio.

Nota aclaratoria:

1     Oni ni Kanabö,  quiere decir que sólo se debe conceder un gran poder a los fuertes. En la cultura tradicional nipona se acuña a la persona que denota resistencia e invencibilidad.